La bola de
espejos resplandecía ajados tornasoles sobre nuestros marchitos gestos de
fatiga mientras la música atornillaba los cuerpos al carrusel interminable del
pinchadiscos en una espiral de música y fugitivas instantaneas en torno a nuestras
parejas de baile que maquinalmente se mantenían en pie gracias a la tozudez con
la que el hambre sostenía sus escasas fuerzas espoleadas por la candidez de una
ilusión casi inalcanzable.
Los zapatos
raídos de tanto bailar en plazas de segunda apuraban su tiempo en busca de una victoria
importante mientras oteaban disimuladamente al resto de candidatos que aún se aguantaban
en pie con el único propósito de adivinar algún signo de flaqueza por pequeño
que fuera que fustigara un poco más un vuelo al que ya le costaba sostener el
ritmo de las endiabladas armonías que exprimían las posibilidades, las
ilusiones y las fuerzas por igual.