Esta noche
he tenido uno de esos sueños locos en los que estas con tu chica saboreando la
vida y el amor en la boda de unos completos desconocidos cuando de pronto y sin
saber muy bien por qué me he visto obligado a acompañar a mi amigo Fredie y
recorrer a pie la absurdamente notable distancia que separaba el convite de
su casa para ir a buscar algo que olvidé en el mismo momento en que nos
disponíamos a atravesar el enorme río que cercaba la empinada loma en donde al
parecer se le ocurrió a mi amigo levantar su bonito chalé.
Nos ha
llevado casi toda la noche ascender los numerosos barrancos y sortear el
laberinto de bosquecillos poblados de rosales y erizos de mar que obstaculizaban
nuestro paso. Empapado hasta las rodillas me preguntaba quien me habría mandado
a mi abandonar la fiesta para meterme en semejante expedición cuando la ausencia
de agotamiento físico me ha chivado que este relato no podía ser real. Segundos
después me he levantado para ir a mear y aquel espejismo ha dejado de tener
sentido, pero es que en los sueños como en las canciones infantiles la lógica
del mundo exterior no cabe y en cuanto te apartas un poco de ellos nada se
puede entender.
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