Pues ha pasado el verano y han desfilado muchas canciones, hemos bailado a la caida del sol, nos hemos besado
bajo las estrellas y hemos celebrado con sorpresa el amanecer. Lo hemos pasado
bien, incluso muy bien, pero a la vuelta sigo escuchando regularmente a Queens of The Stone Age como quien retorna
a los brazos de una madre para expiar incofesables escarceos veraniegos, porque lo
añoro, porque lo necesito.
QUEENS OF THE STONE AGE (Like a Clockwork)
Ellos aprovechan la clandestinidad de la noche para colarse por la
trampilla del sótano y merodear en lo más oscuro de tu interior en busca de
viejas faltas y olvidados rencores. Con el sigilo de la mañana se marchan
dejando la inquietud en nuestro espíritu.
Esa extraña ensoñación matutina te atrapa nuevamente en su alo
cegador mientras intentas olvidar.
Sales a pasear en busca de soledad pero los sombríos recuerdos no
caen en estúpidas trampas para perritos falderos, ellos te hostigarán allá en donde
quieras esconderte.
Entonces fantaseas con la posibilidad de ser el más malo, sueñas
con ser quien gana, el que ruge en la noche arrugando el alma de las ratas
de ciudad en su enmarañada retirada hacia sus repugnantes agujeros.
Así que decides vender tu alma al casero de las culpas y las
salvaciones a cambio del expiatorio poder que el fuego imprimirá a tus golpes.
Ahora todo es perfecto, el aire es limpio y pequeñas nubes rodean
el jardín del Edén mientras sorbes cerveza fresca contemplando a Stone Temple
Pilots tocar en la barbacoa del sueño americano.
Y de pronto un clamor, como si de los siete coros del infierno se
tratara, te destierra fuera de tus propios sueños, y estas solo, no queda nadie
en el jardín del Edén, se han marchado todos.
Vale, ahora ya conoces las reglas del juego, esto reduce tus escrúpulos,
aprensiones y miramientos a cero, va a ser una auténtica escabechina, para ellos
no va a ser un camino de rosas.
Y en el fragor de la batalla es donde percibes realmente quien
eres, es donde descubres a tu verdadero yo, a ese que no se pone caretas, a ese
que va por la vida sin tapujos.
El cielo es gris y pordioseros nos agolpamos frente a la enorme puerta
metálica con la torpe esperanza de poder entrar, nuestros hijos pasan hambre y
hace tiempo que hemos bajado los brazos, ahora solamente imploramos un empleo mal
pagado a los pies de la fábrica cuando David
Guilmour puntea desde un extremo de la calle. Se abre la puerta un instante
y agriamente el interventor señala con el dedo a los tres más jóvenes y más
fuertes; los demás nos quedamos fuera de nuevo, otro día más en esta muerte sin
fin, otro día más en el purgatorio.
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