Me he
enamorado de una chica, estoy enamorado de su deslavazado moño, de sus gafas de
pasta, de su exquisita delgadez y ese escote tan descarado y vistoso.
Todas las
tardes acudo al café sólo para verla, una y otra vez intento entablar tímidas e
insustanciales conversaciones que seguramente no me dejan en buen lugar, pero
no me importa, religiosamente vengo para probar suerte, quien sabe, a lo mejor
algún día alcanzo a salir con ella cogida del brazo.
Creo que nunca
la he imaginado vestida de calle, así que en mis sueños paseo con ella por el Parque
de Las Rosas vestida con su minúsculo batín color de rosa y rematado en rasos
color fucsia. Al ocaso nos sentamos en un banco junto al lago y ella recita el
menú mientras yo reúno fuerzas para besarla. Justo cuando me lanzo al vacío
ella me presenta la cuenta, neutra, inalcanzable, distantemente bella. Me
desvelo ligeramente decepcionado por mis desvaríos y apurado cierro los ojos de
nuevo por si aún pudiera alcanzarla antes de que haya salido del parque.
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