Quiero hacer mención a un reportaje que escribió Elsa Fernández-Santos para El País, el 15/09/2009, al que ella bautizó de forma maravillosa como “La voz del ángel desdentado”.
Se refería, y ahora lo hago yo, al gran trompetista Chet Baker, de quien decía que no era fácil seguir los pasos por el mundo de este yonqui errante, amante de los coches caros y de las mujeres bellas, aunque lo realmente difícil era no querer estar a su lado.
Tuve la enorme satisfacción de estar a pocos metros de este transmisor de sentimientos allá por el 11/03/1988 en el "VII FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ SAN JUAN EVANGELISTA", con Philip Catherine a la guitarra y Marc Johnson al contrabajo. Ese encuentro me produjo unas sensaciones tan bellas, unos escalofríos por todo mi cuerpo, todo tan emocionante que nunca olvidaré ese momento de placer y gozo. Lo recuerdo como uno de los momentos más sentidos de mi vida. Fue estar al lado de un mito escurridizo al que le perseguían demasiadas leyendas, algunas gloriosas, otras innombrables, fue estar al lado de una auténtica fiera de la vida, indomable, que la llevó a la velocidad que la llevan los poseedores de lo prematuro, los atesorados de lo sublime, los rebeldes sin causa aparente pero mirando a la cara de frente, fue estar al lado, a menos de tres metros, de un creador de pequeñas bellezas latentes y de una discografía tan amplia como salvajemente desigual.
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Chet Baker, 1983 |
No voy a detallar ningún dato de su biografía, quien quiera saber que los busque, solo quiero manifestar que pasados dos meses de la maravillosa experiencia que tuve en el Johnny del espléndido regalo que me dio Chet, el poseedor de “la voz del ángel desdentado” echó a volar eternamente con su voz melódica y el sonido tranquilo y suave de su trompeta. Un dato que si quiero aportar es que a mediados de los años ochenta Bruce Weber -ya entonces convertido en uno de los mejores fotógrafos de moda del mundo- fue a retratarle para incluir al músico en una exposición que preparaba para el Whitney Museum. Aquella sesión se convirtió en un viaje de más de dos años y en una película, Let's get lost. Uno de los documentales más hermosos de los que hay noticia, un genial retrato en blanco y negro nacido de la fascinación por un hombre con el que era demasiado fácil perderse.
"No sé lo que es la belleza; sé lo que es el respeto", dice el fotógrafo y cineasta.
Weber presentó a mediados de septiembre de 2009 en La Casa Encendida de Madrid aquella película, que se estrenó por primera vez, más de 20 años después, en salas comerciales españolas. Además, un ciclo recuperó su singular filmografía.
"Es inevitable, mis películas nacen de la fotografía, es una limitación pero también me permite una libertad extraña. No me atengo a las reglas del cine, en realidad no hay reglas, no son canciones pop o de rock&roll con principio y fin. Son como el jazz, nunca sabes a donde te va a llevar", explicó por entonces el fotógrafo.
Para Weber la enorme capacidad de seducción de Chet Baker nacía de su "inocencia". "No podías dejarle pasar, querías vivir a su lado". La extraña inocencia de un hombre que asegura que el día más feliz de su vida fue cuando se compró su Alfa Romeo S.S y que el peor fue aquél en el que perdió a golpes todos los dientes. "De todas sus historias, falsas o reales, la de su dentadura siempre fue la más terrible e incómoda". Le arrancaron una a una las piezas de su boca en un ajuste de cuentas del que nunca contó toda la verdad. Durante seis meses Baker fue incapaz de coger la trompeta y aquel incidente abrió la mayor grieta en su carrera musical. Tres años en la cuneta, hasta que Dizzie Gillispie volvió a llamarle para que actuara en Nueva York.
El Chet Baker de Let's get lost ya no es el joven James Dean del jazz de las fotografías de William Claxton pero en toda la película no hay un asomo de sordidez. "Suelen preguntarme donde está la belleza y yo nunca sé muy bien qué responder. Yo siempre veo belleza a mi alrededor, quizá ese es mi don. Hace años Larry Clark, el director de la maravillosa Kids, me dijo algo que nunca he olvidado, que él nunca se permitía reírse de nadie. Me gustó esa idea y desde entonces la hice mía. No sé qué es la belleza, sé qué es el respeto", y yo, humildemente también la hago mía con el permiso de todos.
Manri.
Aquí unos ejemplos de su música:
Sublimes 10 minutos al final de su creación en Tokio 1987:
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Monumento a Chet Baker en Amsterdam |