Tengo una amiga que es muy de ciencias, cerebral; como buena científica es bastante curiosa y nos plantea muchas veces preguntas chocantes, como para testar nuestras reacciones a modo de cobayas humanas, nosotros, cerveza en mano, respondemos gustosos a sus experimentos sociales, no creo que esto tenga nada de pérfido, es simple y sana curiosidad científica. En una ocasión me preguntó porqué nos gustan unas canciones y otras no, yo como soy de letras argüí razones emocionales en todo ello, no sé si ella buscaba/esperaba una razón más científica, pero aún así me preguntó a sabiendas de que mi respuesta iría por estos otros derroteros, sospecho que necesitaba una antítesis para descartar o potenciar su propia teoría científica (como son los de ciencias, a veces). Pasado el tiempo me ha dado por pensar que tal vez ella necesitara una respuesta científica por la sencilla razón de que ésta le sería más comprensible para el propio entendimiento de semejante dilema; evidentemente a mí me interesa una respuesta más emotiva por las mismas razones que a ella y de hecho mi teoría se sostiene en que no a todo el mundo nos gustan las mismas canciones, clara manifestación de lo que influyen los componentes sociales, emocionales y culturales; claro que no puedo descartar que unos tengamos más potasio que otros o cosas así. Misterios que por ahora seguirán sin resolver. Con la intención de arrojar algo de luz sobre tan particular disyuntiva aporto aquí una información que se publicó allá por el año 2007 para demostrar que la belleza puede pasar desapercibida para el ser humano. El diario The Washington Post decidió realizar un experimento junto al reputadísimo violinista Joshua Bell, uno de los mejores interpretes del mundo, para tocar en el metro piezas clásicas y así poder comprobar si el ciudadano de a pie caía de rodillas deslumbrado frente a semejantes piezas de arte.
Ya os digo yo que no pero, aquí os dejo un interesante artículo sobre dicha noticia aparecido en el diario El País y también el vídeo que colgó el Washington Post en su página web.
Ahora también sería justo decir que algo de truco si tiene este experimento, no quiero ser clasista, pero me gustaría saber cuántos de los asiduos asistentes a sus célebres conciertos, por el que se pagan butacas de 100 dólares cada una, cogen el metro a las 8 de la mañana para ir a trabajar. No quiero decir con esto que los amantes de la música clásica no trabajen, pero sí es cierto que son una minoría dentro de la heterogénea población estadounidense.
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