Cada vez es más frecuente la escena, un grupo de amigos van a un concierto y mientras uno graba la actuación, los otros la cuelgan en Facebook o Tuenti; una joven pareja aprovecha la ausencia de los padres de ella para deslizarse en el coqueto jardín familiar, haciendo partícipes a todos sus amigos a través de sus respectivas redes sociales; un padre enajenado manda callar a su hijo por que no le deja hablar por el móvil; todos los escenarios tienen algo en común y es que al menos uno de sus actores principales, seguramente de manera inconsciente, querría disfrutar de varios presentes a la vez, cosa harto imposible mientras no nos podamos clonar. Hubo un tiempo en que sinceramente, creía que el teléfono móvil nos acercaría, pero no es cierto, por lo menos del todo, nos acerca aquello que tenemos lejos, pero su mal uso nos aleja de lo que tenemos cerca y ya se sabe, siempre queremos lo que no tenemos.
Así podemos levantarnos de buena mañana y después de haber visitado el baño gracias a nuestro milagroso yogur de muesli, es posible que nos posea el deseo de colgar en twitter una foto que ilustre nuestra alegre hazaña. No sé muy bien que fue primero si el huevo o la gallina, pero se ha incrustado en lo más profundo de nuestro ser esa necesidad de contar nuestras vidas en directo como si fuéramos estrellas de rock y nos está llevando al más absurdo y voluntario de los aislamientos. No podemos ir a un concierto a grabar lo que podríamos ver en directo, ni asistir a un partido de baloncesto para colgarlo en twitter. No parece que queramos vivir la vida, sino contar que la estamos viviendo. Todo esto me recuerda aquella famosa frase que insistía en que lo importante no era acostarse con ella, sino contárselo a los amigos, que como frase recurrente tiene su gracia, pero una vez agotada la última sonrisa no deja de ser una sandez del tamaño de la provincia de Teruel. Lo que verdaderamente importante es vivir y no contar que hemos vivido.
¡Ánimo y a terminar la semana!
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