Esta muy nerviosa, no sabe como reaccionar, nunca en su adolescente existencia se había encontrado en una situación tan desagradable. El padre de su mejor amiga ha cogido el primer vuelo para realizar personalmente todos trámites de repatriación del cuerpo de su difunta hija a su Alemania natal. Kresta era una de esas alegres erasmus, que la fatalidad quiso que se durmiera una mañana más y en su ímpetu por no llegar tarde a clase jugara con su vida en aquel semáforo en ámbar.
Ahora Irene se ve empujada a recibir al enlutado padre entre paseos y muchos cigarros, primero por aquella amistad y segundo por su instrucción en el lenguaje materno de la difunta; pero no le gusta la idea, le incomoda tan escabrosa situación, que hace solo dos días se le hubiese antojado como algo imposible. Ella quiere terminar con esto cuanto antes, no tiene nada contra este pobre señor, pero todo es demasiado violento para una chavala de 18 años. Para colmo la pantalla del aeropuerto sitúa al avión como aterrizado, pero nadie considera la identidad de aquel cartel como propia. No sabe que hacer.
La intensa fiebre hace que el sudor comience a resbalar de nuevo sobre el herpes de sus ingles y el escozor hace insoportable su síndrome de abstinencia, pero aún falta para que aterrice su avión y poder recoger su paquete, sólo después, podrá regresar a casa, darse una ducha y beber hasta volver a ser liviano. Francisco lleva plantado frente a la placa de salida más de una hora y el avión de su pasajero viene con más de dos de retraso, le duelen los pies. Sudado y molesto intenta olvidar su particular escarnio reparando en aquella chiquilla que hace 25 minutos bajó a fumar desde la planta de internacionales y que, ahora, bastante desorientada se encuentra sujetando un cartel en alemán, frente a una puerta de nacionales que no es la suya.
Ladino, Francisco traza un retrato robot del casero de aquellos paseos apresurados y continuas miradas al reloj y tras un tiempo rebuscando entre las más carnales hipótesis, decidió conceder un enamorado a la muchacha de ingenuo atuendo y, en consecuencia caer en los celos de aquella hipótesis. Así que, relamiéndose en el inmenso poder que le otorgaba el conocimiento de los errores de aquella, se acercó despacio, lo justo como para robar su delicado aroma, pasar de largo y marcharse a hacia el bar del aeropuerto saboreando en secreto su éxito.
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