Aguardo sentado
en el banco del parque, la gente viene y va, las palomas lo invaden todo y los
niños juegan a policías y ladrones entre las sombras de los árboles, las
papeleras para excrementos de perro y las máquinas de rehabilitación para la tercera edad; marco de nuevo
el número y lo dejo
sonar, esta vez Big Tony sale de la cafetería suplicando clemencia con la mirada, pero
en este negocio las deudas se pagan Big,
cuando se encuentra a medio camino de su apresurado intento de parar lo inevitable el pequeño negocio salta por los aires, todo
el mundo se tira al suelo o huye menos nosotros dos, alguien llama por teléfono
y unos minutos después la policía lo acordona todo. La muerte acecha y de nuevo
nos demuestra que estamos vivos, la sangre golpea nuestras sienes hasta
dolernos la cabeza, las lágrimas se asoman a los balcones, de
pronto el miedo nos recuerda que alguien nos espera en casa.
Los curiosos se congregan alrededor del cordón policial para percibir más nítidamente
el horror, para tratar de comprender; la policía intenta infructuosamente espantar
a la concurrencia, para facilitar el trabajo de los servicios de emergencia e
interrogar a nuestro Big Tony sobre
lo sucedido. Aquí termina mi jornada, le guiño un ojo desde la distancia a su rostro pálido y me marcho
a desayunar a la cafetería que hay al otro lado del parque.
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